Si has llegado hasta esta página de casualidad y no sabes de que va te recomiendo que empieces por el principio.
11 de abril
Barcelona 8:30
Paula y el teniente se habían ido al aeropuerto. Iban a llevarla a casa de sus padres en un pequeño pueblo de la costa portuguesa. Decidimos que allí estaría segura, y como aún le quedaban unos días de vacaciones, nadie sospecharía.
A mí me tenían reservado otros planes. Íbamos a jugar al ratón y el gato con el tal J.
Salimos del escondite de la Interpol en el mismo monovolumen negro en el que había llegado hace unas horas. Ahora me acompañaba todo el equipo que había entrado en mi casa, a excepción del teniente.
Había amanecido y la ciudad comenzaba la rutina de un día cualquiera. Para los miles de personas que entraban y salían de Barcelona todo era
igual. Para mí todo era diferente. Me había visto envuelto en algo que me superaba. Iba en un coche blindado rodeado de la élite de las policías europeas pero, para mi desgracia, cualquiera de estos 4 hombres podría ser un infiltrado. Alguien dispuesto a matarme a la mínima ocasión.
Y yo tenía que confiar en que los otros 3, que no sabían de la existencia del topo, estuviesen lo suficientemente atentos para evitarlo. La verdad, no estaba dispuesto a comprobarlo...
Paramos en un semáforo en plaza Cerdà. La ronda del Mig estaba empezando a saturarse como cada mañana. En la acera había un tipo hablando por teléfono. A su lado su moto con el motor en marcha.
Era mi oportunidad.
Desabroché mi cinturón despacio, sin hacer ruido.
- ¿Qué miras? - me preguntó el italiano.
- Esa puerta está mal cerrada.
- Pero si la cerré yo, ¿cómo va a estar mal cerrada? - refunfuñó.
- Tú mismo, pero si la abre alguien desde fuera no será culpa mía.
- Santa madonna ... - dijo mientras abría la puerta para volver a cerrarla.
- Ciérrala de una vez que va a cambiar el semáforo. - dijo el que conducía.
Abrió la puerta con desgana, pero antes de que la volviese a cerrar solté mi cinturón y aparté su brazo. Le salté por encima y salí del coche.
Sabía que tenía unos segundos de ventaja hasta que pudiesen salir tras de mí. En dos zancadas llegué a la acera.
- NECESITO TU MOTO!!! - le dije al hombre que hablaba por teléfono.
- Pero qué coño ... - exclamó el dueño de la moto antes de poder reaccionar.
Me subí a la moto. Metí primera y aceleré con fuerza. La rueda delantera se levantó dos palmos del suelo. En otro momento eso me haría tener más cuidado con el acelerador, pero no estaba para andarme con miramientos.
Estaba escapando de los hombres que tenían que protegerme porque alguno de ellos me quería matar. Era la situación más surrealista a la que me había enfrentado nunca. No sabía a dónde iba ni qué iba a hacer, pero sólo tenía una opción, tomar mis propias decisiones ... aunque fuesen decisiones equivocadas.
domingo, 26 de septiembre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario